lunes, 7 de noviembre de 2011

NÁUFRAGOS URBANOS, LOS JÓVENES DE BARRIOS SOCIALMENTE DESFAVORECIDOS

El papel positivo del deporte para la inserción social ha sido destacado muy recientemente en diferentes foros y comisiones de la Unión Europea que han reconocido las funciones sociales del deporte y han recomendado la potenciación de dichas funciones a través de programas específicos que promuevan las utilidades sociales de las prácticas
Durante la última década, las condiciones de vida en las zonas urbanas más desfavorecidas han empeorado. Una serie de procesos se han conjugado causando un creciente deterioro en los grupos sociales que allí habitan. El paro, la falta de expectativas, el fracaso escolar o familiar han afectado particularmente a los jóvenes de estas zonas “en crisis”, forzándoles a mantener un frágil equilibrio, a caballo entre la marginación y la integración. Los recorridos de estos jóvenes procedentes de barrios populares están marcados por una creciente vulnerabilidad. Sus causas se explican por las transformaciones que se han producido en la economía y en el mercado de trabajo durante la década de los ochenta. A partir de ese momento, la crisis deterioró no sólo el tejido económico sino el tejido social, provocando perturbaciones en los recorridos de socialización de los jóvenes. Ellos han sido los principales afectados por los procesos de desregulación del mercado de trabajo y por la penalización que supone el paro y la precariedad laboral. En particular, los mayores trastornos han recaído sobre aquellos que tenían más baja formación y menores recursos en el acceso al empleo. Para éstos, el paro, los bajos salarios, los empleos temporales y las malas condiciones de trabajo han sido la norma y no parece que vaya a dejar de serlo (Santos, 1999). Durante los últimos veinte años, las nuevas generaciones de jóvenes de los barrios de la periferia han sufrido una degradación general de las condiciones de vida, que ha originado los problemas de inserción que hoy se constatan: desde las dificultades para mantenerse o acceder a las condiciones “normales” de existencia hasta los problemas de marginación más extrema. Algunos expertos han advertido cómo este ascenso de las desigualdades y del número de jóvenes en situaciones de pobreza está ocasionando una crisis de los mecanismos convencionales de integración social y la aparición de nuevas prácticas delictivas además del fortalecimiento de las más clásicas. La confirmación de todas estas circunstancias ha llevado ya a algunos sociólogos a hablar de la “delincuencia de exclusión”, realizada por los jóvenes hijos de familias donde la precariedad ha arraigado con mayor fuerza. Este tipo de delincuencia, cuyas manifestaciones están más relacionadas con agresiones hacia las personas -robos con violencia, delitos de sangre, violaciones-, se desarrolla con mayor fuerza a partir de los ochenta y se encuentra hoy en plena expansión. Es distintiva de una sociedad en crisis, donde las vías de integración social y profesional en el mundo adulto están atascadas o han perdido su valor de referencia social y no aciertan a funcionar como elemento organizador de la vida de los individuos. Las carreras profesionales han dejado de ser estables y predecibles (Sennett, 2000) y, en paralelo, a las carreras delictivas les ha ocurrido algo similar: hoy asistimos a la proliferación de formas de violencia impredecibles, inclasificables, sin sentido aparente, a las que los especialistas se esfuerzan en encontrar una interpretación, que, sin duda, está vinculada a las transformaciones actuales de los procesos de integración social y a los cambios del trabajo como fuente de identidad y de reconocimiento social. Este tránsito de una delincuencia de apropiación a una delincuencia que podríamos llamar de exclusión, irracional, imprevisible y aleatoria, se distingue por una serie de rasgos que son hoy objeto de estudio y que se han divulgado crecientemente entre los jóvenes de barrios “difíciles”. El más comentado sería el carácter expresivo de las infracciones, que contrasta con el estilo instrumental de periodos anteriores: hoy los coches no son robados para usarlos, sino para quemarlos o estrellarlos. Las epidemias de quemas y destrozos de vehículos en las ciudades dan buena cuenta de ello. Igualmente, es también poco “práctico” el deterioro y los daños causados en los locales públicos y puestos a disposición de los jóvenes por parte del Estado -centros educativos, juveniles, locales de ocio-. Asimismo, no proporciona ningún beneficio material destrozar los medios de transporte público, el mobiliario urbano o el hábitat más cercano: parques, buzones, portales y escaleras, fachadas, etc. Tampoco son muy “productivas” las violencias contra personas que encarnan figuras de control como policías o profesores. La mayoría de estos hechos están fuera de la jurisdicción de las leyes, que no consiguen gestionar un orden público fragilizado que se descompone y deteriora sobre todo en los barrios pobres. Las políticas sociales han tratado de hacer frente a esta dinámica de exclusión de los jóvenes de barrios marginales, mediante acciones de intervención en el ámbito del empleo, de la educación o de la salud. Estas actuaciones se ven desbordadas por una realidad donde los recursos nunca son suficientes y donde la problemática juvenil cambia su perfil continuamente. Estas son las razones que obligan a buscar nuevos enfoques en torno a los mecanismos de inserción juvenil.

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